El pobre joven Eutico estaba cansado, muy cansado.
El predicador llevaba disertando unas horas. Su estómago crujía de hambre y lo único que le hubiera animado era saber que el sermón acababa y podían al fin compartir el pan juntos.
Pero Pablo estaba tan inspirado que se alargó hasta la medianoche, enseñando sin parar.
Eutico amaba a Jesús. Y quería seguir sus enseñanzas. Pero por favor, todo tiene su tiempo y este era el tiempo de irse a la cama.
Intentó disimular que los ojos se le caían varias veces, asique se apoyó en el umbral de la ventana y trató de acomodarse lo mejor que pudo, al menos tendría el cuerpo cómodo.
Después comenzó una lucha despiadada para mantener los ojos abiertos. La voz de Pablo se oía en off junto a las lucecitas tilitantes de las lámparas que se le antojaban nanas. Hasta que al fin no pudo más. El sueño le venció.
Nadie se dio cuenta hasta oír un golpe en el suelo. Eutico se cayó desde la ventana del tercer piso y al instante murió.
Pablo bajó lo más veloz que pudo.
Al ver al muchacho muerto se estremeció. Sin pensarlo, lo cogió entre sus brazos y lo apretó fuerte. Para la sorpresa de todos, Eutico, revivió.
Un milagro más de resurrección. No era el primero, de hecho, desde la venida de Jesús y durante la trayectoria de sus primeros discípulos tras su partida muchos muertos resucitaron por el poder de Dios.
Lo diferente en esta ocasión es que el milagro se produjo no por una orden o declaración, ni siquiera por una oración. El milagro se produjo por un abrazo.
Eutico cansado, se cayó. Pablo, sin pensarlo lo abrazó. El joven volvió a la vida.
Permíteme extrapolar esta lectura bíblica que puedes encontrar en el libro de los Hechos capítulo 20:
Todos nos cansamos y mucho. Quizás no por un sermón que se alarga horas y horas, pero sí por los diferentes desafíos con que la vida nos sorprende: la ruptura de un matrimonio, el aislamiento de tu hijo que no te da tregua para ayudarle, las crisis en la economía, las desilusiones en la familia, una enfermedad que se alarga más de lo que esperabas, tus amigos que creías fieles resulta que no lo son… tantas cosas ¿verdad?.
Cuando ese cansancio se alarga, nos podemos caer. Como Eutico. Y podemos darnos un golpe tan grande que podemos llegar a sentirnos muertos en vida.
Cuando el cansancio nos rinde tanto, y ya no sabemos qué hacer, ni a quién acudir, ¡¡plom!!, al suelo, llámalo divorcio, enfermedad, una amistad truncada, un despido o un querer quedarte encerrado en casa y no salir porque has caído en una depresión de caballo.
¿Qué solución hay para una caída así?
A este joven no le revivió un equipo médico de urgencias. Porque no lo había.
Eutico murió. Se le paró el corazón. Su vida se le fue ahí mismo. Pero llegó Pablo y le abrazo. Le apretó fuerte contra su pecho y un milagro sucedió. Resucitó.
Eres una persona maravillosa, con altas capacidades, fuerza, dones y con recursos humanos para salir adelante como sea.
Pero hay momentos que aún con toda esa fuerza nos derrumbamos.
¿Y sabes lo que necesitas entonces?
Un abrazo. El abrazo de quien desee ofrecértelo en ese momento.
En las épocas de caída se prueban a las personas. Comprobarás que se acercarán a ti personas a abrazarte que no esperabas, o que nunca te hubieras imaginado. Por favor, no se te ocurra rechazarlo, porque una nueva vida puede resurgir de tu estado moribundo tras ese abrazo milagroso.
Quizás a tu lado hay personas que han caído. Y no sabes qué hacer para ayudarlas. Prueba a abrazarles. Le devolverás la vida.
¿Sabes por qué?
Porque a Dios le encanta abrazarnos a través de personas de carne y hueso.
Cuando estamos caídos, utilizará a un ser humano, sencillo, y que quizás no esperamos, para volvernos a levantar.
Confía al SEÑOR todas tus preocupaciones, porque él cuidará de ti; él nunca permitirá que el justo quede derribado para siempre. (Salmo 55:22)
¿A quién abrazarás en los próximos días?… ¿por quién te vas a dejar abrazar?
Yo te mando un abrazo super fuerte desde aquí
Nos vemos pronto.
Dios te bendiga.