Un matrimonio imperfecto en las manos de un Dios perfecto

Un matrimonio imperfecto en las manos de un Dios perfecto puede ser el único ancla para sostener un hogar.

Hace dos sábados mi marido Samuel y yo cumplimos 17 años de casados.

Por la mañana él fue a la floristería y le solicitó a la dependienta un ramo de flores con una preciosa rosa, unas pequeñas y blanquísimas paniculatas y varios capullos de otras flores. La dependienta le miró sorprendido: «vaya, no suelen pedirme flores sin abrir». «Usted tranquila, sé lo que hago».

Cuando recibí el ramo, me emocioné muchísimo… me encantan las flores… pero esos capullos… (pensé… mientras mis dos pitufinas que estaban delante se desternillaban de la risa). «Aún queda mucho por florecer en nuestro matrimonio» dijo él antes de yo decir nada.

A los dos días, para nuestra sorpresa, esos tres capullos se abrieron antes de lo que esperábamos, si acaso lo esperábamos, en unas preciosas y grandes flores amarillas desprendiendo un olor buenísimo por todo el salón muy parecido al del incienso.

Todo esto me hacía pensar en estos días y hasta me ha parecido escuchar a Dios hablando a mi corazón.

Los matrimonios, no somos perfectos, sufrimos, lloramos, nos decepcionamos y la vida nos pone a prueba en muchas ocasiones. También reímos, nos perdonamos, disfrutamos en familia un sinfín de comilonas y salimos de vacaciones para desconectar y acercarnos más el uno al otro.

Y es evidente que para tener un matrimonio sólido hay que trabajarlo, como la tierra para que dé su cosecha. Hay que quitar las malas hierbas mediante el perdón, hay que remover la tierra apartando de nuestras vidas lo que al otro le duele, hay que regar muy a menudo teniendo tiempos de comunicación que vayan más allá del «nivel ascensor», es decir, del nivel si hoy hace frío o calor, sino adentrarnos más en las emociones y el corazón del otro.

Pero aún con todos nuestros esfuerzos, podemos fracasar, decepcionarnos, perder la ilusión de un hogar conforme al modelo «Home sweet Home» y comenzar a ver que tu matrimonio es como ese ramo con apenas una flor roja y unas pequeñas paniculatas, insignificante, quizás sin mucha vida y con hastíos de decepción.

¿Cuál será la salida? ¿Abandonar de inmediato? ¿Tirarme del barco y nadar a un mar según la corriente quiera llevarme?

Cada uno de nosotros es libre y responsable ante sus decisiones. Pero también, podemos optar por pararnos como matrimonios imperfectos en las manos de un Dios perfecto. Porque nuestras carencias en sus manos, pueden ser transformadas en nuevos potenciales, nuestras decepciones cambiadas en nuevos proyectos de vida conjuntos, nuestras crisis de fe hacia el otro en una renovada admiración y las hojarascas de un cariño que se ha secado en un ramo colorido, símil de un un nuevo enamoramiento.

En las manos de un Dios perfecto, todo es posible.

«Mi amado habló, y me dijo: levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven» (Cantares 2:10)

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